Alicia en el país de las encuestas o socioanálisis del 23J.


La centralidad de las encuestas en las pasadas elecciones generales y el propio resultado del domingo 23J con la derrota de las casas de apuestas y las derechas agrupadas, y con la posibilidad de renovar el gobierno de coalición progresista con una agenda reformista por delante, inclusiva de la cuestión plurinacional y un nuevo desarrollo del Estado de las Autonomías, hubieran despertado en Jesús Ibáñez interés y compromiso. Imagino suyo «España, socioanálisis del 23J»

Mi formación académica fue discontinua, pero tuve la fortuna de tener cuatro cursos seguidos de profesor a Jesús Ibáñez en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociología de la Universidad Complutense (1988/89-1991/92), cuando regresé a las aulas universitarias tras la huelga general del 14D.

El maestro Ibáñez es un clásico de la Sociología. Jesús, padre de la metodología sociológica en nuestra Academia, con Alfonso Ortí y Ángel de Lucas forman la triada académica canónica del análisis de la sociedad de consumo y la escuela crítica. Su tesis doctoral, tardía por la represión franquista, Más allá de la sociología. El grupo de discusión: Técnica y crítica (Siglo XXI, 1979) es la fundamentación teórica y justificación metodológica del Grupo de Discusión, la técnica paradigmática de la perspectiva estructural como la Encuesta Estadística lo es de la perspectiva distributiva de investigación social.

En nuestro gañanismo milenchista patrio, circula el expertismo lingüístico entre políticos, periodistas y panelistas del focus group –lo americano parece siempre mejor que lo europeo–, pero el único que ha dotado de nivel epistémico a esa técnica de investigación social, a partir de una enciclopédica evidencia empírica y una reflexión permanente metodológica, es el catedrático fallecido en agosto de 1992, en plena explosión intelectual, natural de San Pedro del Romeral, en el valle del Pas (Cantabria) el año bisiesto de 1928. Además de nacer un 29 de febrero, en su biografía hay más hechos singulares y bien interesante sería del pasiego sociólogo y viceversa un biopic –mal que me pese el extranjerismo USA; él hubiera escrito docuhistoria de vida registrada en formato audiovisual–.

Al paisano Jesús le conocí antes de asistir a sus clases. Durante la lucha antiotan, aquel sabio era un infatigable colaborador de la Comisión AntiOtan, al tiempo que como profesional, como sujeto en proceso de investigación, era contratado para dirigir una serie de estudios cualitativos, con decenas de grupos de discusión, por el CIS presidido por el catedrático Julián Santamaría hasta que el exembajador en EE.UU dio con la pregunta para el referéndum que finalmente se realizaría en 1986 –ese referéndum de la OTAN cuyas tres clausulas fueron incumplidas en sucesivos gobiernos PSOE-PP: nos incorporamos a la estructura militar, no se mantuvo la prohibición para el tránsito, almacenamiento o introducción de armas nucleares en territorio español y no se redujo progresivamente la presencia militar de EE.UU en España–.

Las intervenciones de Ibáñez, catedrático y activista, en jornadas, mesas redondas o los encuentros de la Coordinadora Estatal de Organizaciones Pacifistas (CEOP) –a la que yo asistía en representación de las Juventudes Comunistas (UJCE)–, siempre me cautivaron. Era escucharle, sin tomar notas para no perder su razonamiento, y entre calada y calada a su pipa, mientras apartaba restos de hebras quemadas de tabaco sobre sus jerséis de lana, uno interiorizaba su reflexión y apelación. Cada bocanada de humo era un soplido de pensamiento. Cada ráfaga de ideas era un futuro por llegar que enunciado por él resultaba necesario, posible y deseable. Un grande el maestro cántabro, vecino del Barrio del Pilar en Madrid.

Jesús Ibáñez volvió a las aulas universitarias en 1974. Fue expulsado de la entonces Universidad Central de Madrid en 1956, siendo joven profesor penene, durante los sucesos de febrero, cuyo precedente fue el funeral-manifestación estudiantil desde el caserón de San Bernardo hasta el cementerio de San Isidro para dar la despedida al filósofo Ortega y Gasset en octubre de 1955. Se trató de la primera manifestación estudiantil contra la dictadura, mientras se preparaba el Congreso Universitario de Escritores Jóvenes, finalmente prohibido, que impulsaban Javier Pradera, Enrique Mújica y Ramón Tamames, tutorizados por aquel clandestino Federico Sánchez, luego ministro de Cultura ya en la democracia. Los tres estudiantes promovieron el 1 de febrero de 1956 el manifiesto por un «Congreso Nacional de Estudiantes», que a la postre supuso el fin del falangista y totalitario Sindicato Español Universitario (SEU), para regocijo de Jorge Semprún antes de volver a Paris en diciembre de 1962. Aquella derrota universitaria de la dictadura supuso la expulsión de estudiantes y profesores de la Universidad Central de Madrid, como Ibáñez entre otros. También, fue cesado el decano de Derecho, Torres López, Pedro Laín Entralgo dimitió como rector, y destituidos por el dictador fueron Joaquín Ruiz-Giménez, ministro de Educación, y Raimundo Fernández Cuesta, secretario general del Movimiento.

Durante casi veinte años, represaliado y sin trabajo, Jesús Ibáñez se dedicó a hacer encuestas. Durante dos décadas fue contratado por las principales marcas de la naciente sociedad de consumo española y para ellas realizó multitud de estudios cuantitativos y cualitativos, miles de encuestas y centenares de grupos de discusión. De esta experiencia profesional sacó los datos y el relato. El pensamiento lo obtuvo en una dilata y diversa formación intelectual desde niño –cuando leyó toda la biblioteca del pueblo, ese niño pasiego llamó la atención de sacerdotes y autoridades, y por ello fue primero internado en la cabecera municipal de los valles pasiegos y más tarde becado en el colegio mayor César que le permitió estudiar Filosofía y Letras en la Universidad Central de Madrid, como entonces se llamaba la Complu–.

Sus últimas clases, ya como catedrático de la Complutense de Madrid, las dedicaba a su programa de investigación social de segundo orden. Nos rompía la cabeza como estudiantes –enseñándonos a pensar y no a memorizar– en sus clases magistrales. Diseminaba categorías y relaciones a cerca del orden social y su contingencia, medida y hermenéutica, y nos exponía su programa de investigación social de segundo orden a partir de la ciencia del caos, la física cuántica, la teoría de las catástrofes, las bifurcaciones, las máquinas de Petri, los fractales, los hologramas… Su paradigma de la complejidad social impulsaba la búsqueda del sujeto, la negación del algoritmo programado.

Él que había hecho miles de encuestas y sabía para qué servían y para qué no, él que hizo centenares de sesiones de grupos de discusión y reflexionó sobre su práctica sabía para qué valían los grupos de discusión y para qué no. Él que todo esto sabía se interesó, en sus últimos años, por la dialéctica, la menos desarrollada y la más innovadora de las perspectivas de investigación social. Su técnica paradigmática es el socioanálisis –el mayo del 68, la huelga general del 14D, el movimiento indignado del 15 M… ¿quizás el 23J?– como la encuesta es la técnica paradigmática de la perspectiva distributiva y el grupo de discusión lo es de la perspectiva estructural de la investigación social (Del algoritmo al sujeto, Ibáñez, J; Siglo XXI, 1985).

La perspectiva dialéctica es ese proceso de investigación en el que todas las preguntas se hacen y la respuesta pragmática se hace real y no sólo simbólica ni imaginaria –la transformación del analizado en analizante–. «Las perspectivas distributiva y estructural aún son de dominación; por el contrario, la perspectiva dialéctica es de liberación», magister dixit. ¿Puede una votación democrática, no una encuesta estadística, ser un socioanálisis? Creo que sí bajo determinadas condiciones como el pasado 23J en mi opinión, con perdón del maestro si reviso su canon. Pero no nos adelantemos, quizás no ha llegado el momento.

A Ibáñez, como a José Luis L. Aranguren e Irene Falcón los echo mucho de menos en determinados momentos –esos jetztzeit sobre los que reflexionaba Walter Benjamin–, como el 15M, la emergencia de Podemos, el procés, la formación de la coalición de gobierno… ¿Qué dirían el filósofo y el científico social, también la sempiterna luchadora, en estos días postelectorales, o qué hubieran dicho durante la campaña? ¿Qué diría José Luis sobre el poder en cuestión ese domingo de votaciones? ¿Qué diría Irene del feminismo y de la nueva unidad popular? ¿Qué diría Jesús de las encuestas publicadas en la campaña electoral y del resultado de las elecciones del 23J?

Aranguren seguro que escribiría un artículo con el título «Digem sí», 39 años después de aquel que tituló Por una izquierda neocontestaria en la primera legislatura de Felipe González, donde reflexionó «sobre la función posible e inmediata de la izquierda radical». Ésta era para el joven profesor la oposición a la modernización del primer Gobierno socialista, como fuerza de resistencia y contestación, resignificando el viejo canto de Raimon ayer… Diguem no. Hoy el catedrático de Ética, también expulsado de la Central de Madrid con Tierno Galván y García Calvo el curso 1964/65, defendería la fórmula de coalición de gobierno donde uno de los polos tiene la función de negar la deriva socioliberal al que son amantes en el polo socialdemócrata, preferentemente los rescoldos de la vieja guardia del PSOE con el jarrón chino a la cabeza. También les diría a las fuerzas independentistas catalanas y vasca diguem sí, desde su sentido federal de España –¿un reino de repúblicas?–. Por su parte, Irene Falcón sería feliz con la coalición progresista de gobierno y mucho más al ver de nuevo un liderazgo femenino y un frente amplio en el ámbito de su cultura política. Pero ¿qué preguntas se haría el sociólogo Ibáñez, nos haría el pasiego Jesús?

Tanto en la campaña como el día del resultado de las votaciones ha tenido un protagonismo central las encuestas. Imagino los artículos rigurosos, irónicos, subversivos y brillantes del catedrático complutense de Métodos y Técnicas de Investigación Social a cerca de las encuestas y sondeos, las casas de apuestas y el CIS, el comportamiento político electoral y su distribución ideológica y territorial, tanto antes como después y durante la campaña.

Sobre el papel de las encuestas en las campañas electorales, en concreto de su publicación en campaña, me he pronunciado en otras ocasiones no sólo en contra de eliminar la actual prohibición de publicar encuestas unos días antes de la jornada electoral, sino que soy partidario de la prohibición de la publicación de encuestas durante toda la campaña electoral.

Me asiste el derecho de autodefensa después de haber sido derrotado por las encuestas en cuarenta años de campañas electorales casi antes que por los adversarios –por eso la noche del 23J fui doblemente feliz, por el resultado sí, pero sobre todo por el fracaso de las casas de apuestas y sus encuestas publicadas, incluidas las que se anuncian una hora antes de que termine la votación en las Islas Canarias; un déficit democrático a todas luces–. La fuerza poscomunista ya como Izquierda Unida o Iniciativa per Catalunya llegaba al inicio de las sucesivas campañas electorales desde 1986 con moral elevada por el trabajo realizado en las instituciones, ingente para sus menguadas representaciones, pero sobre todo por la energía transferida del activismo desarrollado promoviendo el movimiento por el referéndum y la salida de la OTAN, o más tarde al servicio de la huelga general del 14D convocada por la unidad sindical de CCOO y UGT, o luego convergiendo en la lucha por la paz contra la Guerra del Golfo, o …

En cada convocatoria electoral había una expectativa de crecimiento por ese balance de partido de gobierno y de lucha. Pero era llegar el inicio de las campañas electorales y las encuestas publicadas nos daban el primer golpe durante la pegada de carteles. Las encuestas, circunscripción a circunscripción, del domingo a siete días de la votación era la estocada de la primera semana que Felipe González usaba con la apelación al voto útil durante la segunda semana de la campaña. El día de reflexión lo esperábamos casi como agua de mayo para que se callara ya el soniquete del voto útil. La noche electoral arrancaba bien con los primeros recuentos, pero en cuanto se alcanzaba el 20% de los votos comenzaba a menguar la expectativa, a reducirse el número de escaños proyectados. Muchas derrotas a cuestas, y en la mayoría de los casos la publicación de las encuestas era mortal de necesidad. Siempre nos quedaba el verso de Ángel González: «He aprendido a perder para no darme por vencido».

Me asiste, pues, una cierta prevención sobre el arma electoral de las encuestas en campaña. Y no seré yo, licenciado en Ciencias Políticas y Sociología el que niegue rol a las encuestas, el que desprecie su uso para el ejercicio de la política tanto para el proceso electoral como en cualquiera de las dimensiones del proceso político, incluida por supuesto la evaluación de las políticas públicas. Muy al contrario, la encuesta estadística es la técnica de investigación ideal para el comportamiento electoral. Lo sostengo y por eso me ofende el uso obsceno que se hace de esta herramienta, la degradación profesional de esta práctica social. Y no me refiero al hecho de que del 1 al 17 de julio se hayan realizado 105 encuestas o sondeos, como denuncia Enric Juliana, seis por día hasta seis días de las votaciones del 23J. Qué también. Me parece excelente, y muy profesional, que los partidos se nutran de encuestas para su estrategia, que los medios de comunicación quieran durante la campaña informar su editorial según la opinión pública encuestada… Está bien, pero para el ámbito privado de partidos y medios; su difusión propaga información azucarada de bajo contenido proteico y democrático durante la campaña electo-comercial para seducir votantes, electo-militar para apresar votos.

La publicación de encuestas en la campaña electoral por los medios de comunicación es un recorte de realidad, es un anabolizante electoral: reduce el debate democrático a cuántos y no a deliberar sobre qué y por qué, o preguntarnos para qué y para quién; y nutre artificialmente la carrera electoral como si la ciudadanía fuera «Alicia en el país de las maravillas». ¿Qué situación ideal de habla puede resultar si se habla de frecuencias y de medidas de tendencia central, en lugar de la conversación de programas y de valores? Se nos empuja a una rivalidad encarrilada en lugar de a una competición programática.

En alguna ocasión escuché a Ibáñez –o quizás lo leí en alguno de sus escritos políticos–, comparar las campañas electorales con la carrera de Alicia con el conejo blanco, en el que los dorsales de la carrera marcan el resultado final, como las encuestas cuando lejos de describir, persiguen prescribir el resultado de las votaciones. Ya lo decía el maestro: «las encuestas son dispositivos de captura de la información de abajo a arriba y de neguentropía, de inyección de sentido, de arriba abajo». En las campañas de los ochenta del siglo pasado se preguntaba al entrevistado –unidad de la muestra del censo electoral– quien creía que sería presidente: ¿Felipe González o José María Aznar?; con ello, se eliminaba del pensamiento, del imaginario, la posibilidad de que Julio Anguita fuera presidente, y la información periodística de la encuesta lo propagaba: solo González o Aznar podía ser presidente –sujetar el bipartidismo era el objetivo de la pregunta a los encuestados para extrapolar la respuesta al conjunto de los sujetos del censo electoral–.

Las encuestas no son malas. Son malas las malas muestras, por tamaño y distribución, las malas preguntas de cuestionarios prefabricados para recoger las respuestas deseadas por el cliente según el análisis de la demanda realizado por el contratado empresario de apuestas y otras encuestas. Hacen bien los partidos políticos en hacer uso de este recurso técnico y hacen bien los medios de comunicación en disponer y publicar encuestas, y durante el proceso electoral bajo ciertas condiciones democráticas. Pero la bulimia de los medios de comunicación en financiar las lucrativas casas de apuestas es una perversión de su función social de asegurar el derecho a la información de la opinión pública e intoxica la deliberación pública. Donde esté un debate público de los líderes, una serie de entrevistas a candidatos y candidatas, unos reportajes sobre los programas electorales, unas crónicas sobre un día de campaña, tribunas de análisis, columnas de opinión y periodismo de campaña, que se quiten las cacofónicas piezas acompañadas de gráficos que repiten el raca que raca, como en los programas radiofónicos deportivos del «minuto y resultado» … esperado –supuestamente invariable, sin efecto de la campaña para hacer variar el resultado publicado–.

El paroxismo cuantitativo es ese uso torticero de acumular en una hoja de Excel frecuencias y porcentajes de muestras de distinto tamaño y estratificación, de respuestas a cuestionarios de más o menos calidad, de estimaciones de voto según la cocina demoscópica de moda –haría bien Chicote en acudir a las casas de apuestas para inspeccionar sus cocinas–. Mejor una cifra que ninguna, pero esta acumulación numérica de promedios de los que se obtiene un nuevo promedio no es más que una espiral cada vez más artificial, por pérdida de naturaleza cuantitativa, ya sólo queda artificio numérico. Llegan a hacer tal número de escenarios que abruman con sus tablas y gráficos, cuando en realidad te están diciendo que el partido A sacará entre 0 y 350 diputados en el escenario menos probable… Menos recorte de la realidad y más deliberación pública. Menos cuentas y más cuentos. Menos encuestas y más debates. Menos fetichismo numérico y más transparencia propositiva.

Cuando los pronósticos –apuestas–, que no predicciones –sociales–, fallan como una escopeta de feria, como ha pasado en las pasadas elecciones del domingo 23J, las empresas salen corporativamente a defenderse. Cada una, para salvar su reputación por los suelos, coge el rábano por la hoja de sus encuestas y destaca que acertó en tal o cual pronóstico. Pero niegan que hayan sido actores políticos en campaña, con la inestimable ayuda de los medios de comunicación. El desprestigio para la sociología y para la demoscopia de esta mala praxis es difícil revertir. El propio Centro de Investigaciones Sociológicas, como otros organismos públicos de investigación social, es objeto de campañas de difamación con un objetivo similar al que condujo a la banca privada a quedarse con la red pública de las cajas de ahorro.

Si de por sí los individuos desconfían de la confesión religiosa y fiscal, cómo no van a desconfiar de la confesión al encuestador, creo recordar decía el profesor Ibáñez. Como en clase el buen alumno, en la encuesta el entrevistado responde lo que cree que es la respuesta correcta, no quiere salir del rebaño –diría el pasiego Jesús–. Por eso, es tan difícil la estimación del voto oculto, que cambia de orientación ideológica según el contexto político, de época, de la encuesta: no es lo mismo el voto conservador en los ochenta de la hegemonía socialista, que el voto nacionalista en los años del plomo o el voto de izquierdas en la actualidad, tras la permanente maquinaria de fango y desgaste de las derechas “madrileñizadas” desde 2004 acusando de falta de legitimidad a los gobiernos presididos por José Luis Rodríguez Zapatero primero y después con Pedro Sánchez –de la maquinaria del fango y el desgaste a Podemos ni hablamos, ya habrá ocasión–.

Para defender su orgía demoscópica las empresas encuestadoras usan el argumento  «democrático» de que la publicación de encuestas en campaña, y en general de su uso como arma electoral, proporciona información a la ciudadanía, enriquece su personal y racional análisis antes de tomar la decisión de votar al partido A o al partido B o al C… Ya estamos con el mito del tipo ideal de consumidor electoral. El elector racional igual, sin asimetría, que toma sus decisiones analizando toda la información recibida es una entelequia. Piensan que los votantes son gases sin interacciones; por eso fallan sus probabilidades, yerran los resultados de esa estadística perfomativa, y no ciencia del Estado ni demoscopia solvente.

Me interrogaba antes sobre qué preguntas haría el sociólogo pasiego a cerca de la pasada campaña electoral y el despliegue estadístico de la brigada mediática-demoscópica. Al acabar estas notas, navegando por internet encontré la respuesta en una vieja tribuna periodística de Jesús Ibáñez en EL PAÍS. El catedrático complutense ya reflexionó sobre campañas y encuestas hace cuarenta años, un 3 de octubre, antes del socioanálisis del cambio del domingo 28 octubre de 1982, con el título: Un sujetador para sujetar a los sujetos.

Él propone «Si no podemos quitarnos el sujetador, podemos recobrar la condición de sujetos sujetándole». Discrepo del maestro, hagamos nudismo encuestador, liberemos nuestros cuerpos electorales de los sujetadores de las encuestas, prohibamos su publicación durante los quince días de campaña electoral, pues son imposibles las dos condiciones que el maestro razona, antes de su conclusión de sujetar las encuestas: «La democratización posible de las encuestas articula dos operaciones. Una operación de nivel uno: distribuir entre todos las informaciones que producen. Una operación de nivel dos: desarrollar la competencia crítica de los ciudadanos para integrar esa información». Esta prevención sobre las encuestas no niega la mayor de su análisis, nuestra capacidad para ser sujetos no sujetados: «De esta paradójica condición de sujetos / sujetados extraerán la potencia de su libertad, pues serán sujetos en la medida en que reflexionen sobre los sujetadores que los sujetan, pensando cómo son y actuando para transformarlos». Ya decía el maestro la proximidad realmente existente de la sociología y el socialismo, del manejo local y global.

Pasen y lean la tribuna de Jesús Ibáñez en EL PAÍS, el 3 de octubre de 1982, aquí. Y otro día hablaremos del socioanálisis España, un domingo 23 de julio convocadas elecciones generales al Congreso y al Senado.

 

 

Posdata: he intentado reproducir la tribuna de Jesús Ibáñez en EL PAÍS del 3 de octubre de 1982, pero la hemeroteca municipal de Santander y la Biblioteca de Cantabria solo disponen de colecciones periodísticas de la región o la ciudad. 

Otra pd.: Aquí no puede faltar Ahir. Diguem no, de Raimon.