Sin los militantes no hay campaña, porque sin ellos no hay partidos políticos y sin partidos políticos no hay democracia representativa
Arranca la campaña electoral. Es el tiempo político más intenso para los partidos políticos, pues en quince días tienen que lograr la confianza de los electores, y como en las campañas de rebajas se suceden las ofertas y promociones, incluido el mercha, para que los votantes les compren su papeleta, para que les otorguen la confianza por cuatro años. Es un tiempo muy intenso para los candidatos y los liderazgos, pero sobre todo es intenso para los militantes de los partidos políticos, esos ciudadanos activos que además de votar dedican tiempo, dinero y emoción para lograr que sus partidos lleguen a sus conciudadanos. Los militantes son mediadores políticos entre representantes y representados.
En nuestra cultura política democrática, teñida aún de inconsciente franquista, se ningunea a estos ciudadanos activos, a estos «políticos», los militantes que no salen en los periódicos, que no son candidatos ni serán cargos públicos. Y, sin embargo, ese «haga como yo no se meta en política» que decía el asesino dictador modernizado, eso sí, les descalifica, como ahora tertulianos y periodistas muchas veces denigran la noble tarea de participar en un partido político. Se les llama gregarios, faltos de criterio, interesados… cuando la inmensa mayoría hace un gesto de generosidad, dedicar horas de su tiempo libre a participar en reuniones internas y a difundir el mensaje de sus partidos en su vecindario, centro de trabajo o de estudio. Pero sin ellos, sin los militantes no hay campaña, porque sin ellos no hay partidos políticos y sin partidos políticos no hay democracia representativa.
Hoy en el primer día de campaña hay que recordar a todas esas gentes en todos los pueblos y ciudades, en todos los barrios, que anoche pegaron carteles –sí todavía se pegan–, a todos los militantes que anoche se acostaron tarde y hoy fueron a trabajar o estudiar con menos horas de descanso que sus conciudadanos, los que no son militantes. Y esta tarde habrán repartido octavillas a la entrada del metro o en un mercado o habrán asistido al primer mitin de su partido en su barrio o lo habrán organizado ellos mismos en un centro cultural o en una plaza no con su líder o lideresa sino con un candidato o candidata poco conocido, pero ellos los militantes lo van a vivir con la misma intensidad como si el que fuera a hablar fuera Pedro, Yolanda, Alberto… Ellos los que se llaman Pachi, Marisol, Ángel, Almudena… que no candidatan a nada. Solo son, nada menos y nada más, que militantes políticos. Mi aplauso, respeto y reconocimiento por su trabajo humilde, hormiguita, pero imprescindible para la fiesta de la democracia que son unas elecciones. Sin ellos y ellas no hay democracia ni representativa ni democracia real.