Confiteor… mi voto el 23J

Jesús Montero

No ha sido una decisión fácil depositar mi voto por correo para el próximo 23 de julio. Desde 1982 que voté por primera vez no me he abstenido en ninguna convocatoria electoral. Nunca pienso abstenerme porque se lo debo a las generaciones que lucharon durante la larga pesadilla de la dictadura franquista para que yo pudiera votar. En aquel año del cambio, y uno después hace cuarenta años, voté al PCE –si hubiera vivido en Cataluña al PSUC–. Después ya a Izquierda Unida, pues nunca más volvió a presentarse como tal el vecchio partito.

Además de votar, he disfrutado de las campañas electorales, pegando carteles, poniendo mesas, distribuyendo octavillas, asistiendo y participando en mítines. He hecho microcréditos electorales y he sido interventor, apoderado y candidato. Muchas han sido las derrotas, pocas las alegrías disfrutadas, pero también he tenido el placer de algunas victorias, sobre todo ya en el siglo XXI cuando además de votar recuperé la ilusión de hacerlo en aquellas elecciones europeas de la candidatura ciudadana de unidad popular, cuando Podemos se presentó por primera vez en 2014. Esta fue una decisión también difícil, pues por primera vez cambiaba de herramienta político-electoral. Uno es leal, más que fiel, a sus quereres. Ahora, la decisión de votar la candidatura del PSOE en Madrid –y con más razón o necesidad si viviera en Cantabria– es mi confesión pecadora ante… Deo omnipotenti, et vobis, fratres et sorores… por mi culpa, por mi grandísima culpa.

1. Cuarenta años después de mi ingreso en las Juventudes Comunistas (UJCE) abandoné la militancia política tras las elecciones municipales de 2019. Desde entonces, como un yonqui en proceso de desintoxicación, siento la pulsión de la política por los medios de comunicación y por la red social del trinar –como si metadona militante fuese la conversación del pajarito–, pero no he recaído, no he vuelto a organizarme y, aunque habitual durante décadas, son muy pocas las manifestaciones a las que he acudido en estos últimos años. Los Primero de Mayo, como fiesta de guardar que no hay que perder –como los aniversarios del asesinato de José Couso, este año también recordando al periodista preso, Pablo González, en la Polonia democrática y europea, ma non troppo, y atlantista è vero–. También he acudido a algunas manifas por la sanidad pública y mi última participación ha sido acudir a la más pequeña manifestación de mi vida, no más de veinte personas, con motivo del 75 aniversario de la Nabka –el «día de la catástrofe» para el pueblo palestino–, el pasado domingo 14 de mayo por la calle de Atocha. Esta calle madrileña es el recorrido habitual cuando se prevé pequeña la mani, aunque confieso que no pensé que iba a ser tan minúscula la demostración de solidaridad con el pueblo palestino. Al menos, al día siguiente me resarcí junto a dos mil voces en el concierto, Música contra el olvido, promovido por la Agencia de Naciones Unidas para la población refugiada de Palestina en Oriente Próximo (UNRWA), con poetas y cantautores,  aquellos veteranos de siempre, los hoy adultos y hace veinte años nuevos cantautores, y las novísimas voces de la canción de autor.

El desencanto no es absoluto. En estos cuatro últimos años viví una alegría que sentí como victoria, aunque solo fui votante, y para mí llegó una legislatura tarde, pues en 2015 había las mismas condiciones, y si me apuran mejores, pero todo se confabuló contra esa posibilidad de cambio cuando el bipartidismo saltó por los aires. Al final, sin embargo, llegó la victoria de la negación de la «cláusula de exclusión gubernamental», en acertado concepto del doctor en Ciencia Política y exvicepresidente del Gobierno de España, Pablo Iglesias. Hasta entonces ese veto se ejerció, por ejemplo, cuando Felipe González necesitó sumar y eligió al corrupto Jordi Pujol, al nacionalista en la intimidad para el suboficial de las Azores, el «amigo Ansar», en lugar de al honrado, para ellos iluminado, Julio Anguita. Y no me considero anguitista –más bien gerardista, si hay que poner una etiquetar–, pero al califa lo que es del califa.

 

Por fin, se hizo realidad el sueño húmedo de mi adolescencia política, un gobierno de unidad de las izquierdas en España

 

Durante décadas se cavó un foso para distinguir –y excluir– la izquierda que gobierna de la izquierda que protesta. Pero ya lo cantaba Mercedes Sosa, «cambia, todo cambia». Después de las segundas elecciones de 2019, como regalo de reyes, se formó en enero de 2020 el primer gobierno progresista de coalición desde los años treinta del siglo pasado. Por fin, se hizo realidad el sueño húmedo de mi adolescencia política, un gobierno de unidad de las izquierdas en España. Estrategia esta que no pude disfrutar en Santander por la abstención del PRC, pero sí como recién joven militante comunista con la conformación de los gobiernos municipales PSOE-PCE en 1979 –un coito interruptus al llegar el cambio en 1982–. Entre ambas fechas asistí a la implosión del PCE con tocinillos y zorrocotros, expulsiones, disoluciones e intervenciones de órganos de dirección territorial, y a su lado una miríada de extremas izquierdas, por  no hablar de las bombas y asesinatos del “primo del norte” que nada han ayudado en aquellos años de vida democrática al cambio político ni en Euskadi ni en el Estado, hasta la disolución comunicada en la Declaración final de ETA al pueblo vasco en mayo de 2018, precedida del cese definitivo del terrorismo en octubre de 2011 –pero esto es otra historia–.

En enero de 2020 fui feliz cuando se firmó el acuerdo de gobierno de coalición progresista, y lo festejé como se merecía el acontecimiento histórico en la fiesta improvisada en La Morada de Arganzuela, aunque ya no era militante, pero sí votante de Unidas Podemos. Buena pinta tenía el tiempo por venir al comenzar ese año centenario, aunque muy pronto la maldición divina en forma de pandemia global pareció arruinar la expectativa. Pero no, en medio de tremendas dificultades internacionales, el acoso mediático de poderes fácticos y la insumisión constitucional del principal partido de la derecha española, el gobierno de coalición ha resistido y realizado un buen trabajo. En el imaginario colectivo está la expectativa de repetir esta experiencia de coalición progresista, esta unión de las izquierdas, garantía de profundización democrática, este Eurocomunismo y Estado 2.0 que mis ojos han visto y espero seguir disfrutando después del 23J.

No solo la naturaleza de coalición del gobierno me place, supone para mí un acontecimiento gozoso. También, valoro mucho y bien la ingente y excelente gestión del gobierno y la producción legislativa de la mayoría plural y territorial del Congreso y el Senado. Incluyo en esta positiva valoración también el voto independentista vasco y catalán cuando así lo han hecho, que no siempre ha ocurrido estos años; cuando la reforma laboral, por ejemplo, el gesto electoralista para teatralizar la diferencia puso en serio peligro no ya la reforma laboral sino el propio gobierno de coalición. Independentistas vascos y catalanes jugaron a los dados y estuvieron a punto de hacer saltar la banca con la conjura del PP y los dos diputados transfugas de UPN. Menos mal que el diputado Alberto Casero se equivocó. Justicia poética en el Congreso de los Diputados.

2. Esta legislatura, cuyo balance de gobierno es notable alto –por no hacernos una pajita poniendo sobresaliente–, cuenta con la aprobación de doscientas normas, incluidas un centenar de leyes. La primera de todas se aprobó el 15 de julio de 2020, la derogación del despido objetivo por faltas justificadas de asistencia al trabajo, y la última fue publicada en el BOE este pasado 24 de mayo, la Ley por el derecho a la Vivienda, siendo la primera vez que se ha legislado esta materia en 45 años desde la aprobación de la Constitución en diciembre de 1978.

Entre medias se han aprobado: la reforma laboral, las diferentes subidas del Salario Mínimo Interprofesional (SMI), la subida de las pensiones acorde al IPC, la ley Riders, el tope al gas, los impuestos a las entidades financieras y a las empresas energéticas, la aprobación de los ERTE y sus prórrogas, la supresión del delito que penaba los piquetes informativos en convocatorias de huelgas, la subvención del transporte público, ley de transición ecológica, ley del bienestar animal, ley de eutanasia, ley de protección de la infancia, la ley de Memoria Democrática, el tope a los alquileres, la ley de ordenación del sistema universitario, la ley Celaá o de modificación de la LOMLOE, la ley Trans, la ley llamada del ‘Solo sí es sí’ o el Pacto de Estado contra la violencia de género… Por no hablar de la aprobación de los tres Presupuestos Generales del Estado en tiempo y forma y cada vez con mayor gasto social, financiado gracias al aumento de la recaudación con los tributos extraordinarios a las grandes fortunas y corporaciones económicas. Y se hubiera aprobado un cuarto presupuesto si no se hubieran anticipado las elecciones este 23J, después de las derrotas de las izquierdas en las municipales del pasado 28 de mayo.

No sólo se ha superado la exclusión entre fuerzas de izquierdas, sino que además se ha demostrado que estas gobiernan y gestionan mejor que la derecha. Por ejemplo, en Madrid los gobiernos revalidados y ampliados del PP en la Comunidad y el Ayuntamiento son reconocibles por las comisiones millonarias durante la pandemia, por llamar hospital a un hangar, por abandonar a la muerte segura a los ancianos y ancianas en sus residencias durante la pandemia, por desmantelar la atención primaria sanitaria, por su impericia filomenal ante condiciones climáticas adversas, su indolencia legislativa y normativa, mientras las cocinas fantasmas proliferan junto a pisos turísticos que impiden el descanso de vecinos y vecinas… También por tener que prorrogar sus presupuestos, pues no fueron capaces de obtener las mayorías necesarias para su aprobación estos cuatro años en ambas instituciones, por no hablar de sus recortes, más bien tala –dada su tendencia arboricida– de los servicios públicos, sea la educación y la universidad, la sanidad y la dependencia, los servicios sociales y la cultura.

 

Las izquierdas, coaligadas, gobiernan y gestionan mejor que la derecha

 

Esta evidente y objetiva diferencia entre los balances gubernamentales de las izquierdas coaligadas y las derechas reagrupadas, pareciera que no es suficiente para otorgar el voto como evidencian los cambios de gobierno en ayuntamientos y parlamentos autonómicos, aunque si miramos los números de votos hay partido de aquí al próximo 23 de julio.

No es objeto de esta reflexión explicar cómo y por qué, en mi opinión, se han dado estos resultados municipales y autonómicos para las izquierdas, aunque sostengo que no hay un mal, una única causa, sino una maquinaria de desgaste, que sólo podía traer malos resultados para todos, para el transversal espacio político a la izquierda del PSOE, para este y para la fórmula de coalición. Habrá tiempo –y serenidad– para ello, dios mediante. Basta señalar el caso de Huesca como paradigma: cuatro fuerzas separadas, todas con algo más del 4% que juntas suman el 17,88%, han quedado fuera del consistorio oscense, y la alcaldía ha caído del lado de la reagrupada derecha. Del papel de los medios de comunicación y en concreto de los programas de entretenimiento con cuñas políticas y las tertulias de analistas de todo y de nada, mejor no hablamos. Quizás también un pequeño comentario, muy similar a lo de Huesca: para cuándo un único y plural medio de comunicación escrito, radiofónico y televisivo, pues no me da para tantos crowdfundings y suscripciones –«¡medios independientes y/o alternativos de España, uníos, hostias!», sustituye hoy a la vieja consigna internacionalista de los abuelos Carlos y Federico–.

La amenaza reaccionaria, neofranquista –aunque no sea políticamente correcto usar este palabro–, nos ha hecho entrar en estado de alarma. Los bárbaros están a las puertas de La Moncloa después de llegar a Roma con Meloni e il cavaliere –hoy finado y dueño y señor de Mediaset España–, mientras aquí los patrios Alarico el gallego y su primo Ataúlfo el paguitas, ya están repartiéndose el botín municipal y autonómico –y veremos el saqueo de las arcas públicas, pues son adictos al latrocinio, desde la sociedad anónima Franco–.

De cara a la galería parecerán enfrentados, con algunos gestos hipócritas, como de guion para parecer diferentes, como hemos visto en Extremadura. Pero tienen el mismo origen y comparten la misma política arrasadora de derechos, estos nuevos requetés de Dios, Patria y Rey que, sin embargo, niegan el derecho de miles de familias españolas a encontrar a sus desaparecidos en la Guerra de España y enterrar a los suyos como Dios manda o como ellas, las familias víctimas, deseen. Por no tener piedad ni compasión la familia posfranquista aún persiste con el abad maledictino en no exhumar a los republicanos fusilados y trasladados a Cuelgamuros contra la voluntad de sus familias. Qué se va a poder esperar de la escisión hispana, radicada en el valle, de monjes partidarios de la Ligue de la contre-Réforme catholique (C.R.C.), la secta fundada por el abad Georges de Nantes suspendido a divinis por la Iglesia Católica desde 1966. O a Silos o a Nantes, pero esos monjes fuera del Valle de Cuelgamuros, ¡ya!.

Estamos ante una nueva ola carlista, un nuevo tradicionalismo y conservadurismo igual de rancio que en el XIX y en el XX, y encima con viento europeo de cola. Y ante ello lo único que no debemos hacer es abstenernos o ser indiferentes. Nos jugamos mucho y por mucho tiempo. Me habría gustado que el PSOE y Sumar, hubieran acordado unas candidaturas unitarias al Senado, «senadores por la coalición progresista», como aquellos «senadores por la democracia» de 1977, pero no ha sido posible y cada elector progresista deberá calcular en su circunscripción como maximizar su voto al Senado.

3. Y, entonces, ¿qué hacer con el voto al Congreso de los Diputados? El lunes 29 de mayo comencé una reflexión sobre el sentido de mi voto y el jueves 8 de junio tomé tres decisiones: 1) participar en la consulta convocada por Podemos –aunque ya no militaba, estos años he permanecido sumergido, que no clandestino, como inscrito, y finalizada la votación el viernes di de baja mi inscripción en Podemos–, 2) contribuir a la financiación de la campaña electoral de SUMAR y 3) votar al PSOE en la circunscripción de Madrid. A Enrique Santiago cuando nos encontramos en el homenaje a Julián Grimau el pasado 20 de abril le dije, «llegar a un acuerdo que si no es así votaré por primera vez en mi vida al PSOE», y siento defraudar mi palabra, pero hoy a pesar del acuerdo alcanzado in extremis el viernes 9 de junio –querido letrado y vecchio camarada de La Juve–, voy a votar la candidatura encabezada por el Presidente Sánchez.

Lo hago así porque quiero que en Madrid el PSOE saque más diputados que el PP, con la esperanza de que Feijóo vaya a septiembre de 2027 habiendo obtenido el certificado B2 de inglés porque no está preparado en esta convocatoria de julio de 2023. Sé que el PP no cumplirá su palabra y aunque el PSOE sacara más diputados en el total del Congreso, si los números con sus primos de VOX le dan, el moderado e insolvente líder del PP no votaría la lista más votada, se aliaría con la extrema derecha para «derogar el sanchismo» –Quesquesé se merdé, que cantara La Trinca–.

 

Votar al PSOE no me produce frustración porque sé lo que puedo esperar de la calle Ferraz, sus políticas y sus límites

 

Del PSOE solo espero que forme un nuevo gobierno de coalición. No me llevo a engaños, pero valoro que Pedro Sánchez se haya atrevido, aunque fuera por necesidad, a superar la cláusula de exclusión a su izquierda, y espero y deseo que tenga que volverlo a hacer de nuevo, esta vez con la marca, y futuro movimiento político y social, SUMAR. Votar al PSOE no me produce frustración porque sé lo que puedo esperar de la calle Ferraz, sus políticas y sus límites.

Podría votar a Sumar, la candidatura que encabeza Yolanda Diaz, pero pesa mi deseo de que gane Sánchez a Feijoó y, sobre todo, mi desencanto, no de ahora, sino de los últimos cuatro años, acumulado por años de asistir a la misma puesta en escena, sabiendo cómo acaba la obra, como baja el telón, aunque sea distinto el elenco de actores y actrices. Sé que son los míos, los de mi subcultura política, esa que va de los ochenta del siglo pasado a la indignación del 15M, pero estoy harto de ver siempre el mismo enredo, cansado de asistir a la misma función, acumulando decepción en decepción –… hasta la victoria final–.

A los dos años de llegar al partido de la alianza de las fuerzas del trabajo y la cultura, esa fortaleza, el Partido, saltó por los aires, como luego pasaría también con el bipartidismo. Con la derrota electoral de 1982 y al calor de la movilización para la salida de la OTAN, de nuevo la vechia política comunista de impulsar alianzas, bautizada en los ochenta del siglo pasado como política de convergencia social y política y de normalización de la discrepancia interna, impulsada por la nueva dirección del PCE, con Gerardo  Iglesias a la cabeza, dieron vida a Izquierda Unida, reagrupando a los renovadores y prosoviéticos expulsados del PCE. Mientras, el anterior secretario general, Santiago Carrillo, montó una escisión, un nuevo partido llamado Unidad Comunista, luego PTE, frente a la macedonia de frutas o ensaladilla rusa que para sus partidarios era la nueva formación poscomunista. Luego, en Izquierda Unida volvieron a vivirse turbulencias, desencuentros: las maniobras en la oscuridad de Cataluña a Andalucía para relevar a Gerardo Iglesias y entronizar a Julio Anguita; la dimisión primero y al poco el abandono de Enrique Curiel en 1988; la constitución de Nueva Izquierda, primero como corriente y después como partido, para terminar después abandonando la nave nodriza –como diría el catedrático Juan Luis Paniagua–, una vez separados sus dirigentes de los órganos de dirección de IU, e iniciar el viaje a ninguna parte del PDNI; el intento fracasado de vertebrar una Izquierda Verde en los años dos mil con los rescoldos del PDNI contrarios al ingreso en el PSOE e Iniciativa per Catalunya-Verds… Y, poco a poco, IU languideciendo de Frutos a Cayo, pasando por Gaspar Llamazares…

Y llegó Podemos, y estalló la primavera. Y, pronto, muy pronto, comenzaron los mismos líos. La reparación política e histórica que he vivido de 2014 a 2016 ya valió la pena: los cinco millones de votos, y uno más si se cuentan los de IU; los quince grupos parlamentarios autonómicos con altos porcentajes en la horquilla del 15-20%; la diputada al Congreso por Cantabria en dos legislaturas –en 1977 esa circunscripción la encabezo Nicolás Sartorius, no siendo electo diputado entonces–; primera fuerza al Congreso en las tres nacionalidades históricas y fuertes respaldos en los territorios insulares; las mayorías municipales de cambio y, muy especialmente, el asalto al cielo de Madrid con Ahora Madrid y Manuela Carmena… Todas esas alegrías y victorias nunca las había vivido en el siglo pasado, en mi vieja militancia comunista y en IU. Una pena que no quisieran –todos– hacer en 2015 una coalición de gobierno. No fue por la rueda de prensa en enero de 2016. La decisión estaba escrita blanco sobre negro en la resolución del comité federal del PSOE de diciembre de 2015. Luego vino el pacto de los botellines, la conformación de Unidas Podemos, que parece que no gustó porque achicaba el espacio, aunque más tarde se abrazaron sus opositores y el socio coaligado en la esquina del córner frente a Podemos, y sobre todo vino el debate interno y la asamblea de Vistalegre 2 en 2017. Aquí, entonces, fue cuando se jodió el Perú podemita, pero la cosa venía desde la sierra de Ávila aquel último fin de semana de mayo de 2014, la víspera del anuncio de la abdicación del rey, emérito desde entonces.

Tenemos un problema con la cultura democrática en mi subcultura política: toda corriente se transforma en fracción, y toda fracción en escisión, y en paralelo las legítimas direcciones se van enrocando a medida que la corriente fracciona y ellas, las direcciones de todos, toman partido, y la desconfianza y el sectarismo hacen el resto ante la transformación de la fracción en escisión y la dirección en parte de parte. La ruptura de Más Madrid con Carmena de notaria para mí ya fue definitivo. El filósofo marxista polaco Adam Schaff hablaba de la alienación militante. Tengo para mí que ese romanticismo, en palabras de Manuel Vázquez Montalbán, es más sano que la diatriba dirigente, que la alienación dirigente que primero confronta y luego viste sus diferencias con sesudos análisis y teorizaciones sobre el sempiterno qué hacer. También tenemos un problema de gestión de tiempos políticos y ausencia de cultura colaborativa sobre mínimos entre rebeldía, revolución y reforma, entre los tiempos de la política y los tiempos del tejido social articulado.

 

El romanticismo militante, en palabras de Manuel Vázquez Montalbán, es más sano que la diatriba dirigente

 

4. Me suena todo el discurso de Sumar, me siento muy reconocido en el relato, lo he oído muchas veces, demasiadas veces, siempre acompañado del llamamiento a la sociedad civil, moderna acepción de la sesentayochista apelación al trabajo militante en los movimientos sociales, y en el origen del manifiesto para organizar a la clase obrera. Me gusta la narrativa utópica de sus propuestas, el horizonte que pergeña Sumar. A quienes muy jóvenes hoy se emocionen y den el paso adelante les deseo lo mejor, que luchen, estudien y amen –el orden es lo mismo, lo importante es que se den las tres dimensiones, si no un burócrata in progress está en marcha–. Me gustan muchos nombres, que aparecen en el escenario y en la tramoya de la nueva plataforma electoral, empezando por Yolanda Diaz y su jefe de gabinete, Josep Vendrell, y continuando con Pere Camps candidato al Senado por Barcelona, con Alfonso Puncel candidato al Congreso por Valencia o el propio Enrique Santiago, secretario general del PCE, candidato por Córdoba, pues con todos he compartido militancias y sueños, y hoy les deseo éxito y el mejor de los resultados electorales.

Me gusta la concentración electoral de Sumar, pero me amarga su genealogía incestuosa. La quincena de partidos, marcas y franquicias se pueden reducir al menos a tres matrices, que en realidad podría ser una –no ser PSOE–. La arqueología foucaultiana es un mapa de encuentros y desencuentros, como en las mejores familias.

Primero de todo, el PCE casa matriz si no de buena parte de los partidos sumados, desde luego de muchos de sus diversos militantes, y referencia obligada para el archipiélago de extremas izquierdas y de la autonomía social. Esta casa matriz es además el músculo de la carcasa hoy y siempre marca electoral de los comunistas españoles desde 1986, Izquierda Unida, e Iniciativa per Catalunya para el caso catalán –aquel primer intento de refundar un espacio poscomunista, aquella primera convergencia social y política, ciudadana y de izquierdas–, aunque ambas marcas electorales postcomunistas vivirían su propia ruptura un poco más tarde. De la casa matriz comunista catalana se derivan, por lo menos, hasta cuatro Iniciativas, la primigenia hoy denominada Esquerra Verda, después de la disolución por las cargas financieras de Iniciativa per Catalunya-Verds, la pequeña, pero potente escuela de cuadros y liderazgos, Iniciativa del Poble Valencià coaligada con el Bloc, la Esquerra Verda balear y la Iniciativa del Pueblo Andaluz, antes de 2016 Iniciativa por Andalucía, viejo rescoldo eurocomunista comarcal sevillano  –van 5 o 6 de las 15 sumadas–.

En segundo lugar, la otra casa matriz, Podemos –que vía el pasado en la UJCE del núcleo dirigente en torno a Pablo Iglesias estaría conectado con la primera matriz–. De este palo de mesana de los últimos 9 años se derivan Más Madrid, que fue creada para fundar después Más País, Catalunya en Comú que a su vez es confluencia de Podemos, el liderazgo de Ada Colau y Esquerra Verda, después de que la casa matriz Iniciativa entregara cargos, cuadros y dinero, y Drago Canarias el artefacto del diputado violado en sus derechos y ex dirigente de Podemos, también exUJCE, y parece que también participante en un programa de telerrealidad –van otras 5 marcas de la quincena sumada–.

En tercer lugar, la matriz territorial: la más antigua, esa Chunta Aragonesista fundada en 1986, de matriz socialdemócrata y no falangista como el PRC de mi tierra –aunque este también tuviera brasas antifranquistas como los Cristianos por el Socialismo de Eduardo Obregón, mi profesor de Griego en el instituto Pereda–; la constelación insular Ára Més donde fusionan socialdemócratas y la Esquerra Verda formada en 2010 con rescoldos eurocomunistas de IU de les Illes Balears referenciados en la matriz Iniciativa per Catalunya; la Izquierda Asturiana, fundada en 1992 con orientación nacionalista, pero siempre agrupada electoralmente con moléculas de la primera matriz, IU de Asturias y el PC de Asturias; la formación navarra Batzarre cuyos orígenes se remontan a la unión del MC y la LCR y que ha evolucionado del nacionalismo vasco a la confluencia de izquierdas, primero con IU y más tarde también con Podemos; y, por último, Compromis, la coalición del Bloc e Iniciativa del Poble Valencià, que a su vez forma parte de la primera matriz, y que juntas ya como Compromis tuvieron con la segunda matriz, Podemos, y la primera matriz, Esquerra Unida del País Valencià, sus mejores resultados en A la Valenciana en 2016 –5 de 15–.

Finalmente, aunque en realidad son adendas de la matriz Podemos, y no sólo pues también fue refugio de exdirigentes de IU, Verdes-Equo y Alianza Verde, las dos franquicias verdes que hasta hace 24 meses eran una única fuerza electoral, Equo, fundada en 2011 y nunca electa, sino empotrada. Todos muy verdes, aunque quien tiene el salvo conducto de Los Verdes Europeos, desde los tiempos de ICV es Esquerra Verda la primigenia formación ecosocialista. 

5. Así pues, la quincena de partidos, marcas y franquicias se reducen a tres que son uno, como la Santísima Trinidad –como la Trini de los ochenta hoy sede de una compañía de seguros al lado de la sinagoga de Madrid–. Dadas sus relaciones incestuosas, lo sano sería además del acuerdo de coalición electoral, Sumar, la disolución de las casas matrices y sus variantes, la entrega de los censos militantes y del patrimonio inmobiliario, si lo hubiere, y la fundación de una nueva formación política confederal, para dar inclusión a los territorios, pero para mí mejor federativa –como la antigua Yugoslavia– en lo organizativo y en lo político, de naturaleza democrática, ecosocialista y feminista, con sus congresos, sus órganos de dirección, sus corrientes, sus militantes… Eso sí, una persona un voto. No volvería a militar –me he hecho pacifista del todo–, pero además de una donación económica para la campaña electoral como he hecho, también votaría SUMAR el 23J.

Va a ser que no. Por primera vez en mi vida, cerca de los sesenta años votaré al PSOE en Madrid y en Cantabria si allí viviera. Lo hago por «alerta social y democrática». Y que sea lo que la gente quiera, porque de Dios no espera nada este votante pecador, este socialdemócrata –ni obrero ni ruso; bolche a fuer de menche, minoritario partidario de la mayoría social–, que desea para España un futuro de progreso y socialismo y para Europa un presente de paz, ecología, bienestar y derechos sociales… Adelante Sumar y la coalición de gobierno progresista. Parafraseando a Pete Seeger… Pte’s Counting… con mi voto al PSOE el próximo 23 de julio, este 23 del veintiuno.


Posdata: si has llegado hasta aquí muchas gracias por acompañarme en la reflexión escrita de la decisión de mi voto. Perdona la extensión, pero ni ha sido fácil la decisión ni menos resumir el por qué de ella. No busco tener razón, sino explicar mi voto. Es pues el momento de agradecer tu paciencia con música y humor:

    • Pete Seeger: God’s Counting On Me, God’s Counting On You
    • La Trinca: QUEESQUÉSEMERDÉ